jueves, 11 de marzo de 2021

CROTORAR














Los sonidos que emiten las aves son tan variados que podrían conformar una orquesta de insólitos instrumentos: pían, trinan, gorjean, silban, crascitan, cacarean, ululan, graznan, trisan, arrullan, zurean... Y crotoran, que es lo que hacía esta colonia de cigüeñas cuando las sorprendió el fotógrafo. Encaramadas en sus palos castañeteaban sus picos con verdadera entrega produciendo un ajetreado alboroto que tenía algo de canción de nupcias primaverales, de cortejo, de voz de alarma y de canto de trabajo. 

 La extraña estructura donde se asientan sus nidos es un patético intento de enmendar un pecado irreparable. Otrora (dejemos que este adverbio arcaico nos rocíe de nostalgia) las cigüeñas de este soto del Duero construían sus nidos en las copas de fresnos centenarios y en los restos de las parideras. El frustrado y megalómano proyecto de la cínicamente denominada Ciudad del Medio Ambiente arrasó este discreto paraíso silvestre. 

Desahuciadas de sus monumentales nidos en la horcadura de algún fresno y realojadas en este barrio esquemático y artificial, las cigüeñas siguen su ley ajenas al destrozo, pero es imposible no advertir un deje elegíaco en ese tableteo de picos cuando uno las contempla desde abajo como habitantes de un triste bosque de postes pelados, de un suburbio desangelado.

Y vuelve a la memoria del fotógrafo la gráfica expresión con la que en su infancia se referían al crotoreo de la pareja de cigüeñas en la espadaña del campanario de la iglesia parroquial: machar el ajo.

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