Llegó tarde al otoño de los chopos.
Llegó tarde a su luz desamparada.
Solo unas pocas hojas, en lo alto,
se atrevían a negar la desnudez.
Y pensó en la última
mirada dulce de un enfermo.
Y pensó en esos fuegos que electrizan
la punta de los mástiles
de un barco desnortado en noche de tormenta.
Pensó en la débil llama de una lámpara
ardiendo en una ermita solitaria
a punto de quedarse sin aceite.
Y pensó, sobre todo,
en la frágil verdad de la belleza.
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