miércoles, 18 de noviembre de 2020

CORONACUENTOS (21): ANOSMIA

    

    Si de quienes nacen con el don de identificar con precisión cualquier nota musical decimos que tiene oído absoluto, de ella deberíamos decir que tenía 'nariz absoluta'. Podría haber sido una verdadera maldición, como lo es cualquier virtud llevada al exceso, pero supo hacer de ella un arte, obviando sus efectos adversos y aprovechando las abundantes ventajas que tan rara habilidad le proporcionaba. 

    Su destino lógico fue convertirse en perfumista, una de las más reputadas y solicitadas de su gremio. De modo que cuando el virus coronado la infectó y la privó del olfato lamentó que la más negra de las desgracias hubiera hecho presa en ella. Se había quedado sin su herramienta de trabajo y sin la puerta de entrada a un mundo plagado de maravillas al que muy pocos afortunados tenían acceso. 

    Las primeras semanas de su enfermedad fueron su temporada en el infierno. Con el tiempo, el hábito y la resignación aquello derivó en un purgatorio trivial y llevadero. Descubrió el intenso olor de los recuerdos: el agua de colonia de su madre, el aroma de los membrillos en septiembre, la tierra recién llovida, la pastelería del barrio, los recortes del sacapuntas en la escuela, el sudor juvenil y perfumado de deseo de su primer amor... No hay mejores olores que los soñados o recordados. Llegó un momento en que no añoraba recuperar el sentido perdido: estaba feliz con aquellos olores que no necesitaban más química que la nostalgia y eran, por tanto, incorruptibles. 

    Y se hubiera quedado ahí, si de ella hubiera dependido. Pero el intruso acabó derrotado y su nariz recuperó la exquisita sensibilidad que le había sido arrebatada. 

(Llegados a este punto, querido lector, debes optar por uno de estos dos desenlaces, según tu inclinación hacia los finales felices o desgraciados. Puedes también elegir sucesivamente uno y otro, según el humor del día. O, si eres capaz de gestionar la paradoja, prueba a dar por válidos los dos al mismo tiempo.) 

FINAL 1 (para pesimistas existenciales): 

    Una desagradable sorpresa la aguardaba. El primer olor que percibió -una vaharada inmensa, extendida por doquier, sin un origen claro- la sumió en la negrura. El mundo olía mal, muy mal, como si estuviera pudriéndose después de la pandemia. 

FINAL 2 (para optimistas antropológicos): 

    La primera aspiración llevó a su pituitaria amarilla un efluvio sublime. El mundo olía a bebé lactante, como si acabara de nacer una vez terminada la pandemia.

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