Si de quienes nacen con el don de identificar con precisión cualquier nota
musical decimos que tiene oído absoluto, de ella deberíamos decir que tenía
'nariz absoluta'. Podría haber sido una verdadera maldición, como lo es
cualquier virtud llevada al exceso, pero supo hacer de ella un arte,
obviando sus efectos adversos y aprovechando las abundantes ventajas que tan
rara habilidad le proporcionaba.
Su destino lógico fue convertirse en
perfumista, una de las más reputadas y solicitadas de su gremio. De modo que
cuando el virus coronado la infectó y la privó del olfato lamentó
que la más negra de las desgracias hubiera hecho presa en ella. Se había quedado
sin su herramienta de trabajo y sin la puerta de entrada a un mundo plagado de
maravillas al que muy pocos afortunados tenían acceso.
Las primeras semanas de
su enfermedad fueron su temporada en el infierno. Con el tiempo, el hábito y la
resignación aquello derivó en un purgatorio trivial y llevadero. Descubrió el
intenso olor de los recuerdos: el agua de colonia de su madre, el aroma de los
membrillos en septiembre, la tierra recién llovida, la pastelería del barrio,
los recortes del sacapuntas en la escuela, el sudor juvenil y perfumado de deseo
de su primer amor... No hay mejores olores que los soñados o recordados. Llegó
un momento en que no añoraba recuperar el sentido perdido: estaba feliz con
aquellos olores que no necesitaban más química que la nostalgia y eran, por
tanto, incorruptibles.
Y se hubiera quedado ahí, si de ella hubiera dependido.
Pero el intruso acabó derrotado y su nariz recuperó la exquisita sensibilidad
que le había sido arrebatada.
(Llegados a este punto, querido lector, debes
optar por uno de estos dos desenlaces, según tu inclinación hacia los finales
felices o desgraciados. Puedes también elegir sucesivamente uno y otro, según el
humor del día. O, si eres capaz de gestionar la paradoja, prueba a dar por
válidos los dos al mismo tiempo.)
FINAL 1 (para pesimistas existenciales):
Una
desagradable sorpresa la aguardaba. El primer olor que percibió -una vaharada
inmensa, extendida por doquier, sin un origen claro- la sumió en la negrura. El
mundo olía mal, muy mal, como si estuviera pudriéndose después de la pandemia.
FINAL 2 (para optimistas antropológicos):
La primera aspiración llevó a su
pituitaria amarilla un efluvio sublime. El mundo olía a bebé lactante, como si
acabara de nacer una vez terminada la pandemia.
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