Indagar en las palabras, remontarse a su origen, permite limpiarlas de impurezas, arrebatárselas a la rutina y sacar a relucir su esencia.
Si hoy nuestra atención se fija en 'aislados' es porque define el tiempo que estamos viviendo. Su etimología es muy ilustrativa. Este término lleva en su interior un nombre común de resonancias míticas y viajeras: está construido sobre 'isla'.
Vivir aislados es habitar una isla, haber adquirido sus características; o mejor, ser una isla, estar obligados a la ausencia de contacto. Pero las islas son también el escenario preferente de aventuras que han hecho arder la imaginación de la humanidad desde antes de los tiempos de Homero. Y tienen formas de agruparse: los archipiélagos.
De ahora en adelante, cada vez que pronunciemos esta palabra con tono quejumbroso, deberíamos pararnos a meditar un momento en nuestro destino provisional de robinsones y en todas las oportunidades de aprendizaje para la supervivencia que se nos ofrecen. No siempre la soledad ha de ser mala consejera.
(Han querido los diablillos traviesos de la onomástica que nuestro Ministro del Aislamiento se apellide Illa -en catalán 'isla'-; dejaremos de lado lo que implica su nombre, Salvador.)
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