El fotógrafo buscaba la simetría, ese punto de fuga hacia la negrura que las farolas dibujaban: un nocturno de calle provinciana, los brillos acharolados de la luz en el adoquinado, la arborescencia de relámpago en el ramaje desnudo de los tilos, una cuna de piedra vieja para mecer el silencio.
Solo después, cuando observó la foto en casa, como le ocurría muchas veces, descubrió esos mensajes sutiles que el azar va desperdigando en su oficio de poeta despistado. A un lado, la sombra de una mujer hablando por el móvil; más adelante una pareja se agarra de la mano. Y al otro lado, un hombre, también conectado a su teléfono y más adelante otra pareja de la mano.
Seis personas distribuidas en un orden espontáneo, un simulacro de equilibrio en la inestable coreografía de una noche, en la lucha constante contra la soledad. Un alfiler clavado en las alas del instante que vuela -mariposa en blanco y negro- para sumarla al álbum del tiempo recordado.
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