Eran
cuatro en la partida, siempre los mismos desde hacía años. Habían elegido ir a
la misma residencia con tal de seguir juntos y compartir mesa, tapete y baraja.
Se conocían desollados, sus tretas y sus trampas, sus faroles y sus achiques,
sus muecas para marcar jugadas y el malhumor de las derrotas. Se gastaban
bromas hasta el límite del enfado y luego se reían como niños.
Pero una mala sombra se abatió sobre ellos.
Nunca se sabrá quién de los cuatro estuvo en el origen. Se fueron yendo como
agua. A Justo se lo llevó un camión del ejército. A Matías un coche de
bomberos. Dionisio desapareció una tarde, cuando más lío había, tendido en la
camilla de la ambulancia. Nunca regresarían. Ahí quedó Servando, el último de
los cuatro, con fama de fullero.
Miradlo: está jugando un triste solitario en
el salón casi vacío de la residencia, mientras la televisión dispara negras
cifras, apenado como el que más. Echa mucho de menos a sus compañeros de partida
y rabia porque le da duelo hacerse trampas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario