¿Qué
impulso contradictorio lleva a alguien a escribir o pintar sobre la nieve, sobre el
agua, sobre el vaho de un espejo empañado, sobre la arena de la playa? Porque
es pretender al mismo tiempo duración y caducidad, testimonio y olvido.
Quizá
podría respondernos Keats, con el epitafio sobre su tumba en Roma: Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en
el agua. O Jesucristo, de quien no sabemos que nunca escribiera,
salvo en una ocasión. En Juan, 8,6, en la conocida escena de la mujer adúltera
a la que los fariseos pretenden lapidar, mientras conversa con ellos, se nos
dice que escribía con el dedo en la
tierra. Una pena que el evangelista no nos transcriba esas palabras, las
únicas palabras exactas de alguien
cuyo mensaje ha sido reescrito, procesado e interpretado a conveniencia durante
tantos siglos.
(Ángel Aguado)
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