(A la manera de Ana Mª
Matute en su libro Los niños tontos)
El niño listo sabe muchas cosas,
tantas que muchas veces su padre le pregunta cómo funciona esto, cómo funciona
lo otro. El niño listo parece que hubiera nacido con un dispositivo en la mano
y el libro de instrucciones grabado en su memoria.
Al niño listo no le gusta jugar con la
tierra, ni con el agua, ni con las piedras: todo ensucia. Prefiere apretar
botones, pasar su delicado dedo sobre la superficie de cristal de una pantalla,
tener el mundo en la palma de su mano.
Con su radiotransmisor, pilota un dron
por entre los árboles del parque. Como un hábil cetrero, gobierna el vuelo de
su pájaro mecánico. Se siente envidiado por los otros niños, los niños sucios, los
niños tontos, los que hacen barro con el agua de la fuente y la tierra de los
caminos, los que vuelan torpemente en los columpios, los que ni saben dirigir
el recorrido de una pelota sobre la hierba.
Pero en un descuido, el dron del niño
listo queda enganchado en lo alto de un castaño de Indias como si fuera un
pájaro de verdad, un pájaro rebelde al que se le ha antojado posarse para
descansar. El niño listo lo mira desconsolado. Eso no está previsto. Los controles no consiguen hacerlo salir del
atolladero. Un niño tonto -la cara sucia de agua y arena- se acerca. Después
son más. No entienden la desesperación del niño listo. Para ellos no hay
problema. Treparían al árbol. Se abrazarían con las manos y las piernas al
tronco como gatos, subirían y rescatarían el aparato. Pero el niño listo no
sabe gatear. Ni siquiera se le ocurre que un niño sea capaz de hacer eso sin la
ayuda de una máquina.
¡Hay tantas cosas tontas que los niños
listos no saben!
No hay comentarios:
Publicar un comentario