Afrodisio
Cabal y Ángel Aguado no podían pasar el uno sin el otro, el uno con el otro.
Eran dos imanes de polos cambiantes. Su
afición a la porfía los unía tanto como los volvía incompatibles. Gustaban de
discutir sobre todo y no era difícil, para un observador neutral, advertir que,
con cierta frecuencia y por el mero afán de llevar la contraria al rival,
variaban una opinión que habían defendido con denuedo si la escuchaban en boca
de su oponente. Por ello no es relevante decir quién sostiene qué.
-El mundo sería más amable si se
atuviera a la sencilla moraleja de esta alegoría circulatoria.
-Tú dirás.
-No habría choques ni accidentes si
el camionero -el más fuerte- pensara en el automovilista; el automovilista en
el motero y en el ciclista; y el ciclista o el patinador en el simple
viandante.
-¿Y en quién debería pensar el
peatón?
(Un instante de vacilación. No había
una respuesta preparada. Pero el lapso dura poco:)
-En la hormiga que se puede cruzar
en su camino.
-Ya. ¿Y por qué no lo planteamos
todo a la inversa? No habría atropellos si la hormiga pensara en el peatón,
este en el ciclista, el ciclista en el motero, etc., etc.
-Porque mi propuesta consiste en
aplicar la compasión para con el débil; la tuya en el miedo al poderoso. Amor frente
a temor: yo gano.
-¡Valiente código de circulación!
-¡Valiente código de circulación!
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