Nunca lo sabría, pero su historia
era mecedora de figurar en ese morboso apartado de mitos que relatan amores
desorbitados, al filo de lo imposible y de lo perverso, entre un ser con
atributos humanos y un animal. Nunca pudo imaginar que algo así le fuera a
ocurrir.
Cinco años faenando en la costera sin nada que contar y un buen día,
al volcar las redes sobre la cubierta, una sardina brinca del montón y cae a
sus pies. Para ser más exactos diríamos que fue él el que cayó rendido ante
ella, ante su mirada de mujer encerrada en cuerpo de pez, una mirada impregnada
de la magia irresistible del océano. Su cuerpo plateado fulguraba en cada
convulsión, a la luz pequeña del cuarto
menguante, como un reclamo. Quizá poseído ya por una pasión tan turbia como
absurda, la vio sonreírle.
La metió en un balde y la llevó a casa, sin
importarle las burlas de sus compañeros. Estaba decidido a cuidar de ella, a
ponerla en el centro de su existencia de solitario. Imaginó con dificultad
cuáles serían sus necesidades; estaba muy acostumbrado a ver agonizar sardinas
pero era la primera vez que se preocupaba de mantener a una con vida: agua de
mar, algas, insectos, restos de pescado, toda golosina era poca para tratar de
tenerla contenta. Proyectó incluso buscarle compañía. Sabía cuánto añoran las
sardinas su cardumen. Se echaría a la mar, clandestinamente, y pescaría para
ella un banco entero. Pero no hubo tiempo para tanto. La sardina, una vez
cumplido el objetivo de salvarse, parecía haber perdido su encanto y su vigor.
Se negaba a comer, su mirada había mutado hacia lo tenebroso y se dejaba flotar
en el acuario improvisado como un náufrago sin ganas de ser rescatado. Una
nostalgia infinita se había enseñoreado de ella. Podía haberla devuelto al mar,
pero hubiera sido como arrojar a una novia en brazos de un amante de cualidades
infinitamente superiores.
Ella murió una de aquellas noches
mientras él la velaba con ojos de insomnio y de delirio. La enterró en lo alto
de un pinar, en un risco hasta el que
llegaban la música de órgano del Atlántico y el perfume salobre del fondo
marino.
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