sábado, 3 de noviembre de 2018

BODIGO


        Convocar esta palabra, rescatarla del depósito de las palabras descartadas, es agitar el agua profunda de los recuerdos, desandar el sentido del tiempo. En su tosca textura no puede aspirar a ser la magdalena de Proust pero tiene la misma virtud evocadora, porque, asociada a ella, surge, como por ensalmo, una escena de infancia. El 2 de noviembre, día de los difuntos, los familiares más afectados ofrecían en la misa unos panecillos como memoria, homenaje y propiciación para favorecer su eterno descanso. Acabada la misa el cura repartía los bodigos entre los monaguillos. (Supongo que también se quedaría con su parte y, si lo recaudado era abundante, la generosidad alcanzaría a más gente). No los recuerdo como una exquisitez; más bien, en las torceduras de la memoria, se me aparecen como algo denso, con poco sabor y  molledo duro, amazocotado. Un pan como una piedra.

     La palabra tiene un origen esclarecedor. Proviene de un sintagma latino (panis votivus) y su carácter religioso, asociado a los ritos funerarios, muy bien podría ser de origen precristiano, retrotrayéndonos a todas las tradiciones -extendidas por medio mundo- que vinculan la comida al culto a los muertos, ya sea como forma de alimentarlos en el más allá o de ganarse la simpatía de los espíritus y dioses que gobiernan el reino tortuoso de la otra vida. En muchos de estos casos parece tratarse también -como en los banquetes y convites celebrados tras un fallecimiento- de una frenética afirmación de la vida frente a la muerte, pues los que comen y beben y  disfrutan -excesos incluidos- son los vivos. El refrán lo sintetiza con rotundidad: "El muerto al hoyo y el vivo al bollo".

    Anclada a unos tiempos en que la muerte era algo serio y familiar, en que no valían infantilismos ni sucedáneos ni disfraces, la palabra bodigo parece condenada a la extinción o -lo que es casi peor- a una recuperación espuria convertida en reclamo de turismo gastronómico. Comer el pan de los muertos, hacerlo con la gravedad dolida de las ánimas del purgatorio, nunca será tendencia.

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