Ángel Aguado y Afrodisio Cabal eran presas fáciles de su
tendencia a la logomaquia. Pero a veces, en medio de la pirotecnia verbal que
fabricaban al polemizar, surgía, como por milagro, algo parecido al acuerdo.
Supimos así que, quizá por ser hijos de una tierra vieja y depauperada que
había desaprovechado la oportunidad concedida por la Historia enredándose en
sueños imperiales y construcciones imperfectas, tanto el uno como el otro
estaban curados de espantos identitarios y aborrecían del renacer de los
nacionalismos. Sumaban sus fuerzas en esta lucha contra una tendencia que
consideraban retrógrada.
-Extraños
compañeros de cama favorece el nacionalismo. El burgués liberal, el ácrata y el
antisistema yacen juntos olvidando el odio que se profesan mientras dura el
calentón de crear una patria nueva.
-El
nacionalismo es una enfermedad oportunista: ataca a las sociedades debilitadas.
-Contra
lo que pregonan los exaltados patriotas, la tela de las banderas no sirve para
protegerse contra el frío de la Historia.
-Quisimos
resumir el progreso de la humanidad en aquel famoso titular: "Del Mito al
Logos". Pero el proceso actual parece el contrario: el abandono del Logos
para regresar al Mito fundacional. Los nacionalismos se alimentan de mitos.
-Este
monstruo amable y halagador, que consigue embaucar a tanta gente, tiene su
residencia en lo más íntimo de nuestro cerebro, en eso que algunos llaman el
cerebro reptiliano, y cuando despierta es muy difícil tenerlo bajo control.
-El
nacionalismo: ese egoísmo colectivo.
-Sí,
Aguado. Pero una sospecha me asalta: ¿No estaremos condenando el nacionalismo ajeno
para defender otro nacionalismo oculto, el nuestro?
-Si así
fuere, malditos seamos, amigo Cabal. Por lo que sé decir de mí, soy un apátrida
irredento.
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