Jugar con las palabras es gozoso divertimento
de niños, poetas y gente ociosa en general. Mi condición de jubilado
infantilizado y aprendiz de poeta me predispone triplemente a este pasatiempo.
Oigo una palabra o la leo o los antojos de la memoria me la ponen en bandeja y
empieza la danza. Hoy, recién levantado, mientras se despejaba la mente, una
palabra ha brillado entre la niebla: durmiente.
Recuerdo la ocasión en que esta palabra, con
el significado que ahora me interesa ('pieza que, colocada transversalmente al
eje, une los dos carriles de una vía férrea') se me reveló, hace ya de esto
muchos años. Fue leyendo Confieso que he
vivido, las memorias del poeta chileno Pablo Neruda, cuyo padre era
empleado ferroviario. Pensé al principio que se trataría de una de esas
metáforas que brotan en su poesía con asombrosa fertilidad. Pero no: es palabra
común empleada en algunos países latinoamericanos. Por cierto, que eso no anula
su potencia evocadora: imaginar al tren pasando por encima de estos maderos tendidos con geométrica cadencia, como si fueran personas durmientes o manifestantes ecologistas vuelve
escalofriante la escena. Bien es verdad que sobreviven indemnes, pero suponer que sigan
durmiendo a pesar del estrépito que se les viene encima nos resulta inverosímil.
Esto demuestra una vez más que, afortunadamente, la función poética y su perturbadora subversión del mundo no
pertenecen en exclusiva a los cultivadores de la lírica.
Mi fijación con esta palabra me llevó a
utilizarla en cuanto tuve ocasión. Hacia el final del poema Canción
del herido hay unos versos que dicen: O pisaré
quizás,/ una a una, sin prisa,/ las durmientes de enebro/ hasta llegar al sur,/
a un puerto hospitalario/ donde huela a azahar/ y no me alcance nunca/ el eco
de esta guerra.
Estaba cometiendo un error del que no fui
consciente hasta después de su publicación. Erré en el género. Según el
diccionario, durmiente tiene género
masculino. Por asociación con traviesa -la
palabra que empleamos en España para designar ese mismo elemento- convertí la
palabra en femenina. Y aquí surge otro lúdico paralelismo: si ser o estar
durmiente formando parte de las vías del tren es sumamente improbable, algo
parecido ocurre con su sinónima. ¿Qué clase de travesura puede cometer una traviesa, sujeta y bien sujeta con
pernos a los dos raíles? Y mejor que así sea, porque cualquier travesura podría
hacer descarrilar al convoy. Ni durmientes ni traviesas; sometidas e insomnes. Salvo aquí, donde el abandono es un largo sueño del que nunca se despierta.
En esta provincia de vías desmanteladas o -lo
que es más cínico- de líneas férreas a las que con cálculo cruel se deja morir
en lenta agonía para cargar las culpas a la desafección de los viajeros, especular con la realidad cada vez más
imaginaria del tren es un pobre consuelo que llega siempre cargado de una dulce
amargura. (Y perdón por el oxímoron).
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