domingo, 21 de octubre de 2018

DURMIENTES / TRAVIESAS






Jugar con las palabras es gozoso divertimento de niños, poetas y gente ociosa en general. Mi condición de jubilado infantilizado y aprendiz de poeta me predispone triplemente a este pasatiempo. Oigo una palabra o la leo o los antojos de la memoria me la ponen en bandeja y empieza la danza. Hoy, recién levantado, mientras se despejaba la mente, una palabra ha brillado entre la niebla: durmiente.

Recuerdo la ocasión en que esta palabra, con el significado que ahora me interesa ('pieza que, colocada transversalmente al eje, une los dos carriles de una vía férrea') se me reveló, hace ya de esto muchos años. Fue leyendo Confieso que he vivido, las memorias del poeta chileno Pablo Neruda, cuyo padre era empleado ferroviario. Pensé al principio que se trataría de una de esas metáforas que brotan en su poesía con asombrosa fertilidad. Pero no: es palabra común empleada en algunos países latinoamericanos. Por cierto, que eso no anula su potencia evocadora: imaginar al tren pasando por encima de estos maderos tendidos con geométrica cadencia, como si fueran personas durmientes o manifestantes ecologistas vuelve escalofriante la escena. Bien es verdad que sobreviven indemnes, pero suponer que sigan durmiendo a pesar del estrépito que se les viene encima nos resulta inverosímil. Esto demuestra una vez más que, afortunadamente, la función poética y su perturbadora subversión del mundo no pertenecen en exclusiva a los cultivadores de la lírica.


Mi fijación con esta palabra me llevó a utilizarla en cuanto tuve ocasión. Hacia el final  del poema Canción del herido hay unos versos que dicen:  O pisaré quizás,/ una a una, sin prisa,/ las durmientes de enebro/ hasta llegar al sur,/ a un puerto hospitalario/ donde huela a azahar/ y no me alcance nunca/ el eco de esta guerra.

Estaba cometiendo un error del que no fui consciente hasta después de su publicación. Erré en el género. Según el diccionario, durmiente tiene género masculino. Por asociación con traviesa -la palabra que empleamos en España para designar ese mismo elemento- convertí la palabra en femenina. Y aquí surge otro lúdico paralelismo: si ser o estar durmiente formando parte de las vías del tren es sumamente improbable, algo parecido ocurre con su sinónima. ¿Qué clase de travesura puede cometer una traviesa, sujeta y bien sujeta con pernos a los dos raíles? Y mejor que así sea, porque cualquier travesura podría hacer descarrilar al convoy. Ni durmientes ni traviesas; sometidas e insomnes. Salvo aquí, donde el abandono es un largo sueño del que nunca se despierta.

En esta provincia de vías desmanteladas o -lo que es más cínico- de líneas férreas a las que con cálculo cruel se deja morir en lenta agonía para cargar las culpas a la desafección de los viajeros,  especular con la realidad cada vez más imaginaria del tren es un pobre consuelo que llega siempre cargado de una dulce amargura. (Y perdón por el oxímoron).






No hay comentarios:

Publicar un comentario