martes, 24 de julio de 2018

LA GOTA










Fue muy afortunada, después de todo. Podía haber caído en un lodazal, sobre el cadáver de un perro, en una tierra seca o  sobre asfalto caliente que se la beberían sin darle tiempo a nada, contra la dura piel de los tejados que enseguida te suman a una corriente anónima. Tuvo la suerte de posarse  en el cáliz de una rosa en toda su plenitud. Seguía siendo ella; esférica e inestable, pero ella.  Aunque añoraba el aroma marino de la nube y su existencia anterior, evanescente y viajera, no podía quejarse. Al fin y al cabo era hija de una tormenta de verano y su vida sería forzosamente corta. Pero aún tendría tiempo para disfrutar unas horas limpiamente, antes de que el sol la evaporara, embebida del perfume de la flor; y cuando se disipara, volvería a ser nube. Una molécula de nube que añoraría siempre su breve tiempo sobre la rosa.

Así, de nostalgia en nostalgia cumpliría su ciclo.




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