Fue muy afortunada, después de todo. Podía haber caído en un lodazal, sobre el cadáver de un perro, en una tierra seca o sobre asfalto caliente que se la beberían sin darle tiempo a nada, contra la dura piel de los tejados que enseguida te suman a una corriente anónima. Tuvo la suerte de posarse en el cáliz de una rosa en toda su plenitud. Seguía siendo ella; esférica e inestable, pero ella. Aunque añoraba el aroma marino de la nube y su existencia anterior, evanescente y viajera, no podía quejarse. Al fin y al cabo era hija de una tormenta de verano y su vida sería forzosamente corta. Pero aún tendría tiempo para disfrutar unas horas limpiamente, antes de que el sol la evaporara, embebida del perfume de la flor; y cuando se disipara, volvería a ser nube. Una molécula de nube que añoraría siempre su breve tiempo sobre la rosa.
Así, de nostalgia en nostalgia cumpliría su ciclo.
Así, de nostalgia en nostalgia cumpliría su ciclo.
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