Cuando
la soldado se descuidó, escapó de la caravana. Quería ser libre, explorar por
su cuenta. Subió por el tallo, una inacabable escalera oscilante hacia el cielo. Llegó a una cavidad de una blancura
purísima. Se deslizó feliz por la pendiente sedosa como por una ladera nevada.
Percibió un aroma intenso que dolía de tan dulce, de tan embriagador. Se embadurnó
toda de amarillo, y se creyó de oro. Sus mensajeros químicos transmitieron: Esto es
el paraíso.
En
tierra sus compañeras de la caravana se esforzaban en transportar el cuerpo -estrafalario paso de semana santa- de
un moscardón muerto.
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