El último y desolador desenlace
propuesto produjo en el narrador el efecto de una catarsis (ya se sabe, horror
y piedad a partes iguales) que se le antojó necesario completar con un relato
casi idéntico pero con una mínima variación final, perfectamente compatible con
su hermano gemelo. La nueva -casi enésima versión- decía así:
"Hacía tiempo que los
trenes viajaban por la misma vía en dirección contraria, sin aminorar su
marcha, simulando desconocer la presencia del otro. El encuentro siempre
parecía lejano, una catástrofe constantemente aplazada que, por saturación,
acabó produciendo una aguda sensación de irrealidad.
Los dos trenes fantasmales se aproximaban inexorablemente, sin que nadie
hiciera nada por evitarlo, hasta que el previsible final llegó a ser
considerado como un desastre natural, largamente anunciado, contra el que nada
sabía hacerse.
El espacio se agotó, el tiempo
se cumplió y con fatalidad de desenlace de tragedia clásica la catástrofe se
consumó. El impacto fue brutal y las víctimas muy numerosas. Se abrió el
periodo de los lamentos y de los reproches que ya a nada conducían.
Las autopsias revelaron un hecho
cuando menos curioso: todos los pasajeros viajaban ebrios. El forense anotó en su informe que la embriaguez había
sido producida por un principio activo desconocido que él bautizó como hybris -en recuerdo de sus lecturas de los clásicos griegos- del que llegó a
identificar muy diversas variedades: orgullo, fanatismo, sinrazón, arrogancia, victimismo, exclusión, dominio, adanismo, entusiasmo... 'Todos ellos altamente tóxicos, tanto solos como mezclados', concluía en su informe."
No hay comentarios:
Publicar un comentario