"Hacía tiempo que los trenes
viajaban por la misma vía en dirección contraria, sin aminorar su marcha,
simulando desconocer la presencia del otro. Afortunadamente el país era llano,
sin apenas accidentes orográficos, una especie de desierto que ningún geógrafo había
sido capaz de identificar, y la línea férrea se estiraba en una recta ilimitada
que llenaría de hastío la mirada de cualquier improbable espectador. El
encuentro siempre parecía lejano, una catástrofe constantemente aplazada que los
cronistas del momento glosaban en cíclicos artículos y tertulias hasta
producir, por saturación, una aguda sensación de irrealidad.
Pero el peligro era real, tan
real como la incapacidad de los responsables de evitarla. Afortunadamente, la
teoría del caos, aliada con la casualidad y la libertad de decisión de los
dispositivos de inteligencia artificial, estaba empeñada en corregir el entuerto. El efecto mariposa se
manifestó en su más precisa literalidad.
Cuando la distancia de los
trenes era tan pequeña que, por fin, alcanzaban a verse el uno al otro, una rara
mariposa en peligro de extinción se posó, majestuosa, en mitad de la vía. Los
sofisticados sistemas de pilotaje automático entendieron aquello como una
prioridad y para no aplastar tan preciada criatura activaron los frenos. Como
desafiándose, las locomotoras quedaron separadas por escasos palmos de distancia
y, en medio, la mariposa, con las alas quietas esperaba y disfrutaba de su
poder. Aquellas poderosísimas máquinas se habían detenido al conjuro de la
belleza de sus alas.
En cada vagón viajaba un lepidopterólogo (ambos bandos habían embarcado especialistas de las más inesperadas disciplinas para no estar en desventaja),quienes
estuvieron de acuerdo en ponderar la gracia etérea de aquel ejemplar único. Una
gran concordia podría haberse alzado sobre la frágil base de aquella
coincidencia en la hermosura, pero el diablo de la controversia, que no descansa,
había dispuesto otra cosa. Resultó que cada uno de ellos advirtió en el dibujo
de las alas, en la composición colorida de sus escamas, el dibujo de sus
respectivas banderas y, presos de la pasión que divide, quisieron hacer del
animalillo el emblema de su exaltado fervor..."
La última escena que imaginamos para esta variante del relato nos presenta a dos turbas de
individuos rivales corriendo por una llanura de esquemático horizonte tras una mariposa de peregrina belleza.
Llegado a este punto el narrador contempló su obra y, como siempre le ocurría, no supo qué pensar. Por un lado, la historia le parecía alambicada, un poco cursi. Por otro lado, le agradaba que el desenlace se bifurcara a cada nueva posibilidad. ¿Logrará alguno de los grupos cazar a la mariposa? ¿Cuál de ellos? ¿Cómo reaccionará el perdedor? ¿Llegarán al mismo tiempo y en su afán por poseerla la desgarrarán irremediablemente? (Este era el final que más cuadraba con su ánimo atrabiliario) ¿Escapará la mariposa y los combatientes, exhaustos después de la persecución, se mirarán unos a otros, se sentirán ridículos por lo insignificante de su disputa y cesarán las hostilidades?...
(Continuará...)
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