La
aparición del nuevo Atlas de Nubes debería considerarse un acontecimiento
poético, como una nueva edición de la poesía de Rilke con poemas inéditos, por
ejemplo. Las nubes son uno de los nutrientes favoritos de la imaginación: son
volubles, etéreas, proteicas, ambiguas, intangibles. Tienen la mínima consistencia para ser
pero son signo de casi todo. Amenazantes, subyugadoras, enigmáticas, suaves,
nostálgicas, viajeras. Casi todos los adjetivos que importan les convienen.
Nuestros
niños, los ojos abstraídos por las pantallas, apenas juegan ya a ver en ellas
otros seres. Cuando sean mayores habrán de lamentar la pobreza de su fantasía.
Las fotografiamos cuando alardean de belleza o de dramatismo, cuando tensan los
colores del ocaso hasta ensangrentar el cielo, cuando se tienden, algodonosas,
a nuestros pies desde un avión, cuando luchan como titanes en un cielo de
tormenta. Pero apenas las vemos.
El
nuevo atlas ha incorporado en su clasificación nuevos tipos de nubes. Muchas de
ellas son variedades provocadas por fenómenos como una catarata, un bosque, un
incendio forestal, los motores de un reactor... El hombre se ha aproximado a la
potencia divina: es generador de nubes. Pero la mayoría de ellas son tóxicas,
contaminantes para la vista, el oído, el olfato.
Ampliado
de tal modo el catálogo, cualquiera de nosotros podría aportar nuevos
ejemplares: nubecillas portátiles de aliento una madrugada helada, la nube de humo de tabaco de nuestras clases en la facultad que
impedía ver al catedrático, la nube-cuchilla que corta el ojo de la luna en
"Un perro andaluz", la nube de polvo de un rebaño de ñus en estampida
visto en un documental, la nube de humo -imaginaria e imposible- de muchas chimeneas sumadas de un pueblo abandonado, la nube de partículas de agua
microscópicas de la catarata de la Toba cuando los manantiales rebosan, las nubes que pesan como una losa en un poema de Baudelaire, las
nubes como una boina de frío sobre Cebollera -'bardera' las llamamos aquí-, las rúbricas nubosas de un avión sobre el cielo de la tarde que nos hacen desear un
viaje, la nube solitaria que nos sirve de sombrilla un día de agosto, nubecillas que simulan un camino empedrado hacia lo infinito, nubes
como palacios hechizados al atardecer... Todos tenemos nuestro propio atlas de
nubes, que es, finalmente, un atlas de emociones, de sueños, de vivencias.
En mi
otra vida, en un mundo que empiece de cero, quiero ser nombrador de nubes.
De mi álbum de nubes: Tres imágenes del cielo de Soria y la siniestra nube geminada de la central nuclear de Trillo (Guadalajara )
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