Con frecuencia imaginamos los nombres como etiquetas que prendemos de las cosas, pero ¿qué pasa cuándo lo que se nombra no tiene cuerpo, no se ve o existe sólo en nuestra imaginación? Nombrar a un ángel, nombrar un sentimiento, nombrar al personaje de una novela. Ahí el nombre revela todo su milagroso poder, su capacidad de traer algo nuevo al mundo.
No sabemos si el molinero que grabó en madera con letra florida e irregular los ocho nombres del viento (los ocho pétalos de la rosa de sus vientos) y los colocó bajo cada uno de los ocho ventanos del molino tenía alma de poeta o, simplemente, como el que pone nombre a un perro, sabía que ese el primer paso para la domesticación, para someterlo a la pesada tarea de la molienda.
Cierzo, Toledano, Ábrego, Ábrego Hondo, Villacañas, Levante, Matacabras, Solano: los ocho nombres del viento.
Hermosa tarea nombrar el viento, tan hermosa y necesaria como moler el trigo para el pan.
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