Aquella mujer había dedicado toda su vida a ordenar la casa y los sentimientos de quienes en ella vivían. Donde había desequilibrios ella sembraba estabilidad; donde había caos, sus manos encontraban la forma de poner cada cosa en su sitio. Nada sabía de la segunda ley de la termodinámica ni de un científico llamado Boltzmann ni de la física cuántica. Como les sucedía a tantas mujeres de su tiempo, en la casilla de su DNI reservada a la Profesión figuraba: «Sus labores». Pero gracias a ella, en la pequeña parcela del planeta donde tenía su hogar, la entropía y la incertidumbre no traspasaban el umbral.
Nadie pidió para ella el Premio Nobel
de Física.
La foto que ilustra esta entrada corresponde a la tumba en Viena del físico vienés Ludwig Boltzmann, quien formuló la expresión matemática de la entropía (que en la comprensión simplista de quienes somos profanos en Física equivale al grado de "desorden" o pérdida de información de un sistema, que no deja de crecer en el universo y podría ocasionar su final.)
Como para confirmar en su propia existencia el dominio de la entropía, angustiado quizá porque sus ideas no eran aceptadas en la comunidad científica, Boltzmann puso fin a sus días ahorcándose.
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