Cuenta la leyenda hagiográfica que en la docta ciudad un toro bravo
descontrolado está sembrando el pánico entre sus habitantes.
—¡Tente, necio!, ordena el futuro santo patrón.
Y el toro retrocede, obediente y avergonzado, renunciando a su
ferocidad ante la frágil fuerza de la palabra, y se deja conducir al
corral.
Es una pena que no creamos en santos ni en sus poderes
taumatúrgicos. ¡Qué bien nos vendría esta frase mágica para pararle
los pies a tanto necio que embiste y a tanta necedad que no se deja
educar!
En cada ciudad, en cada pueblo, empieza a ser necesario bautizar una
calle con esta frase imperativa: ¡Tente, necio!