«Nos
preocupa, y con razón, la extinción de plantas o de animales. Pero, por
deformación profesional, a mí me preocupa más la extinción del subjuntivo».
Así
se expresaba un filólogo, buen observador de los usos lingüísticos, al
comprobar cómo cada vez se usa menos el subjuntivo, el modo de lo simplemente
probable o ya irreal, del deseo, de la incertidumbre. La marca de un lenguaje
más matizado, más complejo, más profundo. El antídoto contra el contagio de una forma de expresión cada vez más plana y empobrecida.
He recordado esta afirmación pesimista del filólogo al escuchar a un vendedor de cupones: «A ver si hubiera suerte hoy». Se lo decía a la compradora, una madre joven -sin duda muy necesitada de un generoso golpe de suerte- que llevaba a su hija pequeña en un carrito de bebé de segunda mano. Ese «hubiera», en pretérito imperfecto de subjuntivo, me ha sonado clásico, sabio, muy hermoso; y me ha esperanzado respecto a la buena salud del idioma preservado en hablantes del pueblo.
He aquí la sutil y honda formulación de un buen deseo, respetuosa con los caprichos del azar, casi como una oración a la diosa Fortuna, como
corresponde a alguien que es su administrador cotidiano.
¡Ojalá
hubiera muchos hablantes del idioma con la finura de este vendedor del cupón!
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