viernes, 11 de noviembre de 2022

LA RANA

 




Era el cuarto grupo del día, ya había oscurecido y las palabras de la guía sonaban cansadas, rutinarias.

—En un lugar de la portada hay una rana. La tradición dice que el estudiante que la encuentra aprueba sus exámenes…

Una mirada melancólica compartida recorre el grupo.

—Como no sea en las aulas de la tercera edad…

—O en la Universidad de la Experiencia.

Siempre hay algún gracioso, sobre todo si es un grupo de jubilados recientes. La guía esboza un amago de sonrisa y deja un tiempo para la búsqueda afanosa. Está de espaldas a la fachada, observando cómo los teléfonos móviles la fotografían y la alumbran. Podría describirla con los ojos cerrados, tantas veces ha repetido las mismas frases.

—A ver quién es el primero que la encuentra. Que me lo diga al oído. Le haremos la ola.

Pero ninguno da con en el dichoso batracio. «Hay que contar también con que es de noche y muchos de ellos no tienen buena vista», piensa.

—Os doy una pista: está sobre una calavera.

Pasa un rato. Ella continúa con las explicaciones —mitad historia, mitad leyenda— para darles tiempo. En vano. Nadie la encuentra.

—Yo veo la calavera, pero no la rana —afirma una mujer.

La guía se vuelve, impaciente y la busca ella misma. Pero la rana no está donde debiera. Ha saltado. Al fin y al cabo es una rana, y tantos siglos posada sobre el frío hueso de la calavera no hay quien los soporte, aunque una sea de piedra. Vaya usted a buscarla ahora en el abigarrado tapiz plateresco de la fachada. Quién sabe si está buscando un cráneo de verdad sobre el que posarse. El cráneo pelado de un jubilado. Quién sabe si se ha cansado de ser un misterioso símbolo y solo aspira a una charca tranquila donde humedecer su piel reseca de siglos y atormentada por los cantazos con que antaño los gitanillos armados de tirachinas -guías sin licencia- señalaban a los turistas su exacta ubicación.

Menos mal que en el grupo de jubilados nadie tiene ya que examinarse de nada.

—Ah, y no soy una rana. Soy un sapo —hubiera dicho el batracio si fuera un animal de fábula y el autor le hubiera dado el don del habla.








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