Era el
cuarto grupo del día, ya había oscurecido y las palabras de la guía sonaban
cansadas, rutinarias.
—En un
lugar de la portada hay una rana. La tradición dice que el estudiante que la
encuentra aprueba sus exámenes…
Una mirada melancólica compartida recorre el grupo.
—Como no
sea en las aulas de la tercera edad…
—O en la
Universidad de la Experiencia.
Siempre
hay algún gracioso, sobre todo si es un grupo de jubilados recientes. La guía
esboza un amago de sonrisa y deja un tiempo para la búsqueda afanosa. Está de
espaldas a la fachada, observando cómo los teléfonos móviles la fotografían y
la alumbran. Podría describirla con los ojos cerrados, tantas veces ha repetido
las mismas frases.
—A ver
quién es el primero que la encuentra. Que me lo diga al oído. Le haremos la
ola.
Pero
ninguno da con en el dichoso batracio. «Hay que contar también con que es de
noche y muchos de ellos no tienen buena vista», piensa.
—Os doy
una pista: está sobre una calavera.
Pasa un
rato. Ella continúa con las explicaciones —mitad historia, mitad leyenda— para
darles tiempo. En vano. Nadie la encuentra.
—Yo veo la
calavera, pero no la rana —afirma una mujer.
La guía se
vuelve, impaciente y la busca ella misma. Pero la rana no está donde debiera.
Ha saltado. Al fin y al cabo es una rana, y tantos siglos posada sobre el frío
hueso de la calavera no hay quien los soporte, aunque una sea de piedra. Vaya
usted a buscarla ahora en el abigarrado tapiz plateresco de la fachada. Quién
sabe si está buscando un cráneo de verdad sobre el que posarse. El cráneo pelado de un jubilado. Quién sabe si
se ha cansado de ser un misterioso símbolo y solo aspira a una charca tranquila
donde humedecer su piel reseca de siglos y atormentada por los cantazos con que antaño los gitanillos armados de tirachinas -guías sin licencia- señalaban a los turistas su exacta ubicación.
Menos mal
que en el grupo de jubilados nadie tiene ya que examinarse de nada.
—Ah, y no
soy una rana. Soy un sapo —hubiera dicho el batracio si fuera un animal de
fábula y el autor le hubiera dado el don del habla.
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