—Este es un país de pacotilla. Una prueba evidente:
nuestro himno no tiene letra. No sé si habrá un caso igual en el mundo.
—Así los jugadores de la selección no se ven obligados a
cantarlo: ponen cara de circunstancias, alzan los ojos al cielo o tararean,
según les plazca, bajo la vista
escrutadora de medio país.
—Y los escasos intentos de escribirle una letra han
resultado deplorables.
—Pues yo recuerdo la letra burlona que cantábamos de
pequeños alusiva a Franco y a su culo blanco.
—No, por Dios, no la interpretes, Nicanor, ahórranos el sonrojo.
Ahí terció Afrodisio Cabal con el arrogante intento de
levantar el nivel intelectual de la charla. Y pontificó de esta guisa:
—Yo no veo el problema. Al contrario, somos unos
pioneros. ¿Os habéis molestado en leer las letras de estos himnos? La mayoría son
violentas, patrioteras, hinchadas de nefasto nacionalismo. Poesía de la peor
ralea. El día en que los himnos no tengan letra habremos avanzado hacia la
confederación universal. Las palabras separan. Y el día en que no haya ya
himnos, la Música y la Solidaridad Internacional, estarán de enhorabuena.
—¡Anda, que no queda!
—Sí, pero en ello laboramos, que dijo el clásico.