Un
golpe de hacha o tres segundos de motosierra convierten a la rama en leña.
De
la leña amontonada en haces abandonados a la llama, y de la llama voraz a la
ceniza, en julio y con 39º a la sombra, la distancia es tan corta que el descuido, la
imprudencia o la negrura de corazón amenazan al robledal, aquejado de sequía, que apenas se atreve a respirar por sus hojas
y quisiera volverse invisible, deforestado como un desierto, para así conjurar
y castigar a un tiempo la humana negligencia.
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