miércoles, 20 de julio de 2022

CONTRA EL CRISTAL

 

Todas las mañanas, mientras desayunaba, el pájaro se apresuraba a completar el mismo rito: se posaba un momento en la rama del sauce, se revolvía inquieto, agitaba la cabeza como calibrando la densidad de la nueva luz ─esa luz niña que juega a los trampantojos─, revoloteaba en torno a la casa y finalmente se lanzaba furioso contra el cristal repetidas veces, repiqueteando hasta que, dolorido o cansado, lograba escapar a su obsesión.

Intrigado, se preguntaba qué menoscabado instinto impulsaba a aquel pajarillo ─no era un gorrión, de eso estaba seguro, era de las pocas especies que conocía─ a tratar de entrar en la habitación infligiéndose obcecadamente semejante daño.

¿Quería compartir su desayuno? Quizá llamaba su atención la apetitosa rebanada de hogaza.

¿Trataba de echarlo de la casa como si fuera un intruso? Bueno, algo de intruso sí tenía, había alquilado la casa en una plataforma de alquileres vacacionales. Pudiera ser que el pájaro considerara que estaba invadiendo su territorio.

¿Querría decirle algo? Había oído o leído que los muertos se reencarnan a veces y que un conocido político recibía mensajes de su antecesor y mesías. ¿La transmigración descendente de algún alma volandera en su anterior existencia humana? Era tan ridículo como escalofriante: cada poro de su piel se estaba erizando.

¿Un pájaro narciso que se mira constantemente en el cristal, siempre a esa misma hora en que la  inclinación de la luz lo convierte en espejo?

Hizo como hacemos todos ahora cuando tenemos una duda y queremos una respuesta tranquilizadora aunque sea poco fiable porque nos angustia nadar en la incertidumbre. Buscó en la Red y encontró la explicación de un ornitólogo a una historia similar a la suya. Allí estaba si no la respuesta, al menos una respuesta,  a la que él, en cierta forma, ya se había acercado en la última de sus conjeturas.

El pájaro se veía reflejado en el cristal y se figuraba que otro pájaro se acercaba a él con intención de agredirlo. De ahí su ferocidad al lanzarse contra la ventana.

"¡Pequeño sísifo alado!", filosofó. "Somos nuestro peor enemigo".

Al día siguiente abrió la ventana de par en par. Desconcertado, el pájaro penetró en la habitación, hizo un rápido giro y desapareció para siempre, quién sabe si aliviado o decepcionado.


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