Pocos son hoy los jardines que se precien donde vivan las malvas. Han tenido que refugiarse en casas abandonadas, parterres que nadie cuida o esos alcorques de barrios humildes donde los que no pueden disfrutar de jardín cultivan el amor y los cuidados de plantas que la modernidad desdeña.
Al verlas florecidas en todo su esplendor mientras flanea (permítasenos este hermoso galicismo que evoca a Baudelaire) por calles anodinas y anticuadas, el fotógrafo viaja a un jardín de su niñez donde las malvas crecían a su libre albedrío, alzando sus largos tallos, ofreciendo sus flores a los voraces deseos de oscuros moscardones, llenando más tarde sus saquitos de semillas, meciéndose en la brisa caliente de algún lejano atardecer de verano con un compás de gozosa somnolencia.
¿Por qué ya nadie cultiva malvas?
Malvas en los alcorques,
ropa tendida en los balcones:
emblema de otro tiempo
más lento y menos hosco.
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