Se extasió delante del cuadro, ajeno a los grupos cambiantes de turistas que pasaban ante él con esa actitud ansiosa de quien ha de superar pantallas en un videojuego.
Este es el cuadro más
misterioso del mundo, pensó al tiempo que las preguntas se agolpaban en su
mente. ¿Por qué Velázquez se pintó pintando? ¿Dónde están en realidad los
reyes? ¿En la pared del fondo, junto a la puerta, hay una ventana o espejo?
¿Quién asoma por la puerta del fondo? ¿Qué representan en el cuadro las meninas
y el bufón? ¿Está enfadado el perro?¿Y si el cuadro que Velázquez está pintando
y del que espectador solo puede ver el dorso fuera precisamente Las Meninas? ¿A qué clase de abismo nos
conduciría esto? ¿Habrá alguna tecnología de inteligencia artificial capaz de
darle la vuelta al cuadro para ver lo que hay en él? ¿Y si el lienzo estuviera
en blanco?...
Tuvo la súbita iluminación de una
obviedad: ¿Cómo no me habré dado cuenta hasta ahora? ¿Cómo nadie se ha dado
cuenta antes? Se quedó inmóvil, componiendo la figura lo mejor que pudo.
-Disculpe,
caballero, es la hora. Tenemos que cerrar la sala.
-Lo
siento, no puedo moverme.
-¿Perdone...?
-¿No
lo entiende? Velázquez me está mirando detenidamente con un pincel en la mano y
un lienzo delante. ¿Qué cree usted que está haciendo?
Mientras
lo arrastraban fuera entre dos guardias de seguridad, lamentó el triste destino
de Velázquez: tantos siglos, tantos
miles de personas desfilando inútilmente ante él y cuando por fin alguien había comprendido su mirada y estaba dispuesto a posar dos esbirros se lo llevaban a la fuerza.
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