Como animal que abreva,
la cabeza doblada, hundías el rostro
en el agua nocturna de la herrada,
sorbías con deleite,
los labios agostados, la garganta impaciente,
conjurando el calor
de aquellos mediodías tórridos del verano.
En vano has pretendido
en la alocada carrera de tus días,
en cuerpos o en victorias,
un placer tan exacto,
una culminación más justa,
más limpia del deseo.
(De El largo día del niño, inédito)
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