En nuestra mente adolescente de estudiantes, el acanto nos remitía a esas hojas de piedra que servían para distinguir el orden arquitectónico corintio. Ni siquiera nos preguntábamos si esa planta existía realmente fuera de los capiteles sobre las columnas de los templos griegos.
Encontrarlo ahora como adorno en el alcorque en una calle de un antiguo barrio obrero plantado por una de esas anónimas manos amorosas que no se resignan a la esterilidad de las ciudades es un hermoso ejercicio de humildad y de regreso a los orígenes. Ha bajado desde las alturas -donde alguien la encumbró para convertirla en símbolo- hasta la tierra nutricia. Tal vez haya perdido prestigio, pero vive y crece. Quizá florezca. Ha regresado a la vida desde la piedra, al mundo desde los libros. Un viaje inverso.
Ahora es más verdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario