viernes, 13 de mayo de 2022

EL VÉRTIGO DE LA VELOCIDAD

 






La incesante marejada de la mente le devolvió a las playas del recuerdo las frases de una oración infantil. La recitaba la madre, en su puesto de copiloto, cada vez que iniciaban un viaje: "Dame, Señor, mano firme y mirada vigilante para que a mi paso no cause mal a nadie..." El primer milagro de la jornada ya se había conseguido sin ayuda divina ni intercesión de san Cristóbal. Todos los miembros de la familia numerosa  habían conseguido acomodarse en el reducido habitáculo del coche: la hermana pequeña alojada en brazos de la madre y el resto de hermanos en el asiento de atrás, al tresbolillo, en un virtuoso ejercicio de tetris viviente.

Había un pasaje de la jaculatoria que al niño le hacía sonreír: "Que no me deje llevar del vértigo de la velocidad..." Era inimaginable pensar que de la prudencia de su padre y de la limitada potencia del motor del Seat 600 pudiera derivarse semejante pecado.

Ahora, en tiempos en que hasta el planeta parece girar en su órbita a una velocidad frenética y en que los pocos que ponen el pie en el freno no consiguen ralentizar la marcha enloquecida del mundo, la última petición de la oración a san Cristóbal que rezaba su madre se le ha convertido en todo un programa de vida: "... Que no me deje llevar del vértigo de la velocidad y que admirando la hermosura de este mundo logre seguir y terminar mi camino con toda felicidad."

Que así sea.

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