Incapaz de auténtica originalidad, gustaba el sediciente poeta Virgilio Arancón de aferrarse a textos ajenos para llevar amigablemente la contraria a los grandes autores. De su lectura del «Ulises» de Joyce extrajo un pequeño florilegio de frases y se entretuvo en invertirlas:
─«Toda vida consiste en muchos días, día tras día. »
─Todo día consiste en muchas
vidas, una tras otra.
─«Otra victoria como esta y estamos perdidos.»
─Otra derrota más y habremos vencido.
─«Me dan miedo esas grandes palabras que nos hacen tan infelices.»
─Me
dan miedo esas pequeñas palabras que nos hacen tan felices.
─«La historia es una pesadilla de la que trato de despertar.»
─Un buen sueño es esa
historia de la que no quiero despertar.
─«Eso es Dios (...) Un grito en la calle. »
─Eso es Dios: un silencio en casa.
─«No podemos cambiar de país. Cambiemos de tema.»
─No podemos cambiar de tema.
Cambiemos de país.
─«La vida
es muy corta para leer malos libros.»
─La vida
es muy corta para leer un buen libro.
Medianamente satisfecho con sus hallazgos condensó su método en
esta sentencia:
─Toda gran
frase lleva en su seno la contraria.
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