jueves, 8 de julio de 2021

EL GORRIÓN

 


La bandada se había congregado en la copa del plátano de sombra. Eran numerosos pero había sitio para todos en su ramaje abierto y denso de árbol al que no le faltaban ni el agua ni la buena tierra. El momento lo merecía: había regresado el hijo pródigo.

─¿Dónde has estado? ─le preguntaron.

─En el país de los jilgueros ─respondió.

Abrieron los picos para dejar escapar el asombro que se les había formado dentro como una bola de pan duro. Algunos comenzaron a chiar con voz monocorde e irritada.

─¡Silencio! ─exigió su madre─ Dejad que se explique.

─Quería aprender, por eso me fui.

─¿Y qué has aprendido, aparte de esos colorines horribles con los que te has teñido las plumas?

Por toda respuesta, el joven gorrión empezó a cantar. Sus trinos dibujaron un arcoíris de arpegios y esparcieron en el aire sucio del paseo notas de silvestre melancolía. 

─¡Basta, basta! ¡Traidor! ¡Qué te has creído! ¡Nos avergüenzas! ─menudearon los insultos, mientras algunos se lanzaban a picotazos contra él.

─Dejadlo ─ordenó el más viejo, un pardal de plumaje renegrido por el humo de las calefacciones. Y la bandada se dispersó como a toque de silbato.

Antes de que la punzada dolorosa de su futura soledad  empezara a atravesarle la garganta, el joven gorrión aún tuvo tiempo de escuchar:

─¡Acabarás en una jaula, como todos los de tu especie!

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