Cuando llegó a la última letra del
alfabeto apenas se reconocía.
¿Qué había sido de Alfa, aquel joven
ambicioso que venía dispuesto a comerse el mundo, a llevarse por delante todo lo que se interpusiera en su camino?
Ahora se había acomodado, confraternizaba con sus anfitriones y ya no asustaba ni a los ancianos de las
residencias. Estaba cansado de rodar y de mutar, y le tocaba llamarse Omega, de modo que era el
momento de la irrelevancia, de aceptar que había llegado el final de su relato.
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