Murió solo.
Al día siguiente un millón de personas se peleaba por ver su cadáver.
Cuaderno de creación literaria donde encontrarás textos y fotografías originales del autor.
Murió solo.
Al día siguiente un millón de personas se peleaba por ver su cadáver.
1. Proclamó Nietzsche: "¡Dios ha muerto!"
Estaba muy equivocado. De hecho, Dios no había nacido todavía. Nació en 1960 y acaba de morir.
2. El cielo es argentino: D10s (Maradona), el Mesías (Messi) y su Vicario en la tierra (Bergoglio)
Néstor Giuliani (tanguista y filósofo porteño, entre lágrimas)
REQUISITOS PARA SER DIOS (s. I d.C.)
-Ser omnipotente.
-Ser omnisciente.
-Ser omnipresente.
REQUISITOS PARA SER D1OS (s. XXI d.C.)
-Patear muy, muy, muy bien una pelota.
(Y engañar al Árbitro -que no es ni omnisciente, ni omnipresente ni omnividente- metiendo un gol con la mano.)
¡Vamos progresando!
(A. Aguado)
Todas las noches, antes de dormir, se
veía obligado a cometer un asesinato si no quería pasarse las horas en vela.
Puntual, sometida también a las
rutinas nocturnas, en cuanto él encendía la lámpara de lectura, se acomodaba en
la cama y abría el libro ( una novela alemana de difícil digestión), la mosca
comenzaba su bordoneo frenético, su revolar aturdido y suicida. Chocaba contra
las paredes, emitía un zumbido de engranajes mal lubricados, caía en picado
sobre la zona de luz. Daba la impresión de estar mal hecha, de que le faltaba
el sentido de la vista y la capacidad de orientarse.
Rezongando y maldiciendo, se levantaba, agarraba con rabia la
camiseta -el vello erizado, con adrenalina de cazador- y acababa aplastándola
contra el cristal de la ventana, contra la pared o contra el suelo. Imposible
dejar el cadáver allí, toda la santa noche, emitiendo reproches con forma de
pesadilla. Tenía que ir a buscar la escoba para retirar el negro y diminuto
fiambre.
La mosca suya de cada noche. Porque lo
peor era eso: pensar que siempre se trataba de la misma mosca.
Indagar en las palabras, remontarse a su origen, permite limpiarlas de impurezas, arrebatárselas a la rutina y sacar a relucir su esencia.
Si hoy nuestra atención se fija en 'aislados' es porque define el tiempo que estamos viviendo. Su etimología es muy ilustrativa. Este término lleva en su interior un nombre común de resonancias míticas y viajeras: está construido sobre 'isla'.
Vivir aislados es habitar una isla, haber adquirido sus características; o mejor, ser una isla, estar obligados a la ausencia de contacto. Pero las islas son también el escenario preferente de aventuras que han hecho arder la imaginación de la humanidad desde antes de los tiempos de Homero. Y tienen formas de agruparse: los archipiélagos.
De ahora en adelante, cada vez que pronunciemos esta palabra con tono quejumbroso, deberíamos pararnos a meditar un momento en nuestro destino provisional de robinsones y en todas las oportunidades de aprendizaje para la supervivencia que se nos ofrecen. No siempre la soledad ha de ser mala consejera.
(Han querido los diablillos traviesos de la onomástica que nuestro Ministro del Aislamiento se apellide Illa -en catalán 'isla'-; dejaremos de lado lo que implica su nombre, Salvador.)
Un sol de otoño
se vierte sobre el campo
como ocultándose.
Apacible el rebaño
apacentándose.
Tarde de égloga.
Llegó tarde al otoño de las hayas
(era un año de tiempo enloquecido).
Ya todo su esplendor
yacía sobre el musgo.
Las hojas rojas se apagaban
sobre las rocas frías.
No encontró la fácil belleza que buscaba.
A cambio le fue dada
la hermosura desnuda y sin engaños
que revela su enigma
en el desprendimiento.
Llamaré a este teléfono. O mejor, seguiré a este hombre. Quiero hacerle un encargo. Siempre he deseado habitar en un poema como se habita en una casa de hermosas paredes, hecha de palabras y cimentada en la etérea materia de las metáforas.
(En vista de que la poesía es mal negocio, hemos decidido pasarnos al ladrillo, que es mucho más rentable)
Me he enterado por los medios de comunicación de que anoche cené magras, zarajos y atascaburras, confesó el piadoso exministro.
Llegó tarde al otoño de los chopos.
Llegó tarde a su luz desamparada.
Solo unas pocas hojas, en lo alto,
se atrevían a negar la desnudez.
Y pensó en la última
mirada dulce de un enfermo.
Y pensó en esos fuegos que electrizan
la punta de los mástiles
de un barco desnortado en noche de tormenta.
Pensó en la débil llama de una lámpara
ardiendo en una ermita solitaria
a punto de quedarse sin aceite.
Y pensó, sobre todo,
en la frágil verdad de la belleza.