Una tienda de barrio, pequeña, especializada, de las de toda la vida, de las que se trasmiten de padres a hijos. Ha resistido la embestida de las cadenas de supermercados. Venden encurtidos, conservas, una gran variedad de legumbres a granel procedentes de comarcas próximas, aceitunas
de muchos tipos. Domina en el ambiente del reducido local el olor de las bacaladas en salazón. Una chica joven con las uñas pintadas de amarillo hace el pedido que le ha encargado su madre. Recita de memoria por temor a equivocarse y sufrir la reprimenda materna. Está bien avisada. Quiere aceitunas de las teñidas, no de las negras. Sutil distinción que no acabo de comprender pues las teñidas también son negras. El regente del negocio, un hombre joven -tercera generación-, entiende y distingue perfectamente. También lo negro tiene matices. La chica pide después "un pez en escabeche" (no se le alcanza la palabra "chicharro", que el hombre, amablemente, sin acritud, le entrega junto a su compra). Mientras tanto, una clienta mayor habla de las aceitunas aliñadas con hierbas y usa
una hermosa palabra occidental, para mí desconocida: sabrosar. "Mi tía de Fermoselle las sabrosaba".
Me voy de la tienda con un kilo de lentejas de la Armuña, otro de garbanzos de Fuentesaúco, una palabra recuperada de mi infancia ('chicharro') y una palabra nueva -y yo diría que necesaria-'sabrosar', que, aunque no figure en el diccionario, existe y existirá mientras alguien la utilice porque forma parte de su vida y de sus recuerdos. Aliñar, adobar, marinar: sabrosar.
Frente al triunfo de lo insípido, sabrosemos la vida.
(Ya, ya, amigo corrector de Word, aprende una palabra nueva y deja de subrayarla en rojo. ¿Dónde queda tu inteligencia artificial?)
No hay comentarios:
Publicar un comentario