La madera de aquel tronco -no demasiado grueso, no vayáis a creer, al fin y al cabo el boj a duras penas llega a ser árbol-, bien aprovechada, dio para mucho: una cuchara de palo, una figura de ajedrez y un caramillo. El resto -un trozo pequeño, poco más que una astilla o una viruta- maldecía su desdicha: "Me siento el éxito de todos los fracasos", repetía con poética paradoja, comparándose con el feliz destino de aquellos objetos nobles destinados a servir al placer y al hambre, a la música y al juego.
La rescataron de la hoguera o de la trituradora o del vertedero -diversas sucursales del mismo infierno- una mañana de diciembre. Le dieron la forma más perfecta que nunca existirá, la que no tiene principio ni fin. Convertida en una bola de 3 gramos, un rayo láser grabó en su pulida superficie: 4 MILLS .
La mano inocente que la sacó del bombo temblaba al cantar la cifra porque acababa de cambiar el destino de muchas personas.
Y la bolita de boj se sintió el éxito de todos los éxitos, la encarnación material de la Diosa Fortuna. Nunca imaginó que en su pequeño cuerpo cupiera tanta Felicidad.
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