lunes, 2 de diciembre de 2019

EL PINCHADOR





Hábilmente manejada por  fray Prudencio, la fina y larga aguja penetró en la carne de la mujer y llegó hasta la médula. Ni un grito, ni un gesto delataron dolor en la víctima.

                -Bruja, sin remisión -sentenció el dominico mirando a Abelardo, el novicio.

                -¿En qué lo ha conocido, su paternidad? -preguntó el aprendiz.

                -El Malvado las protege y las narcotiza para que no sufran. Rea de hoguera-concluyó.

La siguiente era una mujer próxima a la ancianidad, de ojos pequeños y sagaces.  Un grito desgarrador acompañado de convulsas sacudidas erizó el aire pesado de la mazmorra cuando la aguja traspasó sus carnes.

           -Bruja también.

         -¿Cómo puede ser? -se extrañó Abelardo, todavía estremecido por los chillidos rabiosos.

         -Es  muy avisada esta vieja. No siente nada, pero aspavienta y grita como puerco en día de matanza. Todo es fingimiento para evitar la condena.

                Abelardo calló, temeroso de  arruinar su futuro e incluso de incurrir él también en herejía si expresaba sus dudas: con semejante razonar enrevesado sobre silencios y gritos estaba de más todo proceso; y, aún más, ¿cómo estar seguros de que  era el Maligno y no Dios el que así velaba por aquellas pobres mujeres?


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