Decía Umberto Eco que caben dos actitudes ante la cultura de masas: la de los integrados (aquellos que la aceptan, se sirven de ella y, en general, la consideran beneficiosa para el progreso humano) y la de los apocalípticos (quienes ven en ella un peligro letal y hacen, por tanto, sombríos augurios para el futuro). Si aplicamos esta misma distinción al vertiginoso avance de las tecnologías de la información y la comunicación, nuestro Mateo Ortiz -no haría falta señalarlo- se adhiere vehementemente al grupo de los apocalípticos para quienes la revolución digital en que estamos inmersos es el principio del fin del ser humano tal y como hoy lo conocemos. Como muestra de su posicionamiento retrógrado, ahí van estas tres sombrías reflexiones salidas de su magín:
-Empezó siendo una RED
y ha acabado siendo una MARAÑA. Claro que esto ya estaba prefigurado en el
sentido de la palabra inglesa 'web',
uno de cuyos significados es el de 'tela de araña', que, como todo el mundo
sabe, tiene la finalidad de atrapar a incautos.
-La llaman REALIDAD
AUMENTADA. Pero a mí se me antoja realidad demediada, disminuida, comprimida, jibarizada.
Un simulacro atrapado en pocas pulgadas que absorbe nuestra mirada de tal modo
que no pueda verse nada más allá. Solo nos parece grande porque está muy cerca
de nuestra retina.
-Cunde la preocupación
por el PLÁSTICO. Recientes estudios alertan de que ya ha llegado a nuestro
intestino, aparece en nuestras heces -cagamos plástico- y nuestro torrente
sanguíneo no tardará en ser el río por el que navegan diminutas esferas de pvc,
pp, pet y otras siglas similares. No es eso lo que más me preocupa. El hombre
posmoderno ya no parece fabricado de barro, ni de maíz, madera, piedra, hierro,
cristal o de otro material noble como en los viejos relatos genesiacos. Nuestra
alma, cada vez más, es de plástico. Parecemos fabricados en serie, salidos de
un molde, aparentemente resistentes, casi indestructibles, difícilmente
reciclables y muy, muy contaminantes.
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