MATEO ORTIZ, ya lo
hemos señalado en otras ocasiones pero viene a cuento recordarlo, tenía fama de
tristón y pesimista. Solo alguien como su amigo Luciano era capaz de soportarlo
e incluso de reír con él, hazaña que bastaría para incorporarlo al santoral.
También es cierto que Luciano Pacheco, de puro optimista, necesitaba de alguien
que rebajara con agua su tórrido entusiasmo. En ese sentido se complementaban a
la perfección.
-Somos traviesas en un raíl infinito... -sentenciaba
Mateo.
-No es lo más negativo que has dicho del ser humano-
cortó Luciano.
-Aún no he terminado la frase -replicó, amostazado, su
amigo-. Somos traviesas de un raíl infinito...
-Es consoladora esa idea de la continuidad, de formar
parte de algo, aunque sea de una vía férrea, y de servir para algo.
Definitivamente, estás perdiendo facultades. Te has ablandado con la edad. ¿Qué
queda de aquel Mateo Ortiz capaz de arruinar con una de sus máximas una noche de fiesta a cualquiera?
-Somos traviesas en un raíl infinito, pero no somos de
hierro. Y el tren de la Vida siempre acaba pasándonos por encima.
-Eso ya está mejor, amigo.
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