En
una reacción primaria, procedente de alguna zona oscura de su sustrato
biológico, lo aplastó con la zapatilla y lo redujo a una mancha de polvo
levemente húmedo. Solo después se paró a pensar en lo que había hecho y en que
raro era el día en que no daba rienda suelta a sus ínfimas crueldades: hoy un
lepisma, ayer una mosca, el día anterior una cucaracha y antes una araña, una
hormiga, una avispa. Pequeños asesinatos.
Pero el de hoy era especialmente
injustificable. El pececillo de plata es inofensivo y a nadie molesta. Dicen
que se alimenta de papel. Que devora libros como lector compulsivo. Una razón
de más para estarle sumamente agradecido y respetar su oficio de triturador de basura si es que se había alimentado de obras deleznables -por otro lado abundantes en su biblioteca-. Y un sacrilegio si su leve sustancia se había nutrido de alguno de sus amados clásicos.
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