Dos palabras para una misma planta. Y cada una conduce a mundos diferentes.
Las gamonas de mi infancia crecían en el
monte. Se decía que frotándolos con sus patatillas se curaban los sabañones.
El asfódelo fue para mí durante mucho tiempo
una palabra culta, leída en los clásicos griegos. El mito la convertía en una
flor relacionada con los muertos por creerse que los prados del inframundo
estaban adornados con sus flores.
Tardé mucho tiempo en relacionar ambas
palabras, en conectar realidades tan separadas, de connotaciones tan distantes.
Ahora, cada vez que veo una de estas plantas, oscilo entre los sabañones y los
Campos Elíseos.
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