Anduvo, anduvo, anduvo. Estaba
decidido a desmontar el gran embuste, la farsa mantenida por quienes se creen
dueños de la verdad. Sabía que si persistía en su trayectoria rectilínea
lograría demostrar que la Tierra tiene fin, que en Australia no viven cabeza
abajo, que el camino se acaba junto al Gran Abismo.
Y efectivamente, el terraplanista
acabó su ruta junto a un gran precipicio. El precipicio de su estupidez.
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