No era el único que venía por las
mañanas con un puñado de frutos secos en la mano; pero, no sé por qué, con él resultaba diferente. No tenías la impresión de estar recibiendo una limosna sino de
estar siendo alimentada por alguien que te quiere de verdad. Ni siquiera me
importaba que su mano temblara tanto cuando me ofrecía las avellanas, las
pipas, el maíz. Era como un juego. Llegamos casi a intimar. Le gustaba que me
metiera en el bolsillo de su abrigo a conseguir mi ración.
Hoy no ha venido, ayer tampoco vino, ni
anteayer. Sé que no volverá. Últimamente los temblores eran tan fuertes que todo
él parecía un árbol azotado por la más violenta de las tormentas. Me hizo un
gesto como despidiéndose, pero no me dijo nada. Nunca decía nada.
Tengo la memoria corta, como todos los
seres pequeños. Pero de él no me olvidaré. Palabra de ardilla.
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