PLANTA UN ÁRBOL
Planta un árbol. Mas no lo hagas por someter al tiempo a
la ley del provecho o la hermosura, para lograr que el futuro sea fruto y flor,
ni para que tus nietos rían y jueguen a su sombra mientras tú los contemplas
desde la lejanía de los años, tal vez ausente ya, incapaz de sentir el latido
de la tierra bajo tus pies helados. No lo conviertas en leña cuando llegue un
invierno más difícil, ni extraigas de sus ramas secas ese calor pudoroso que
nunca mostraron en vida. No esperes que te libre del dolor de las palabras. No
pidas que te entierren a su vera para alcanzar el improbable consuelo de llegar
a ser parte de su esencia, de ascender con él hacia la luz de otras muchas
mañanas. No sea él la forma de un deseo, ni un exvoto.
Antes de marcharte, cuando sientas que vas a desprenderte
de tu última piel, despídete de él, como el abuelo analfabeto de Saramago -criador
de marranas- en un abrazo rápido, no vayas a perder tu vuelo. Despídete de él
como quien se despide de un amigo amnésico y leal, alguien que no puede
recordarte pero compartió el mismo aire de los mismos días. Siente con él, en
su callada permanencia, la herida insondable de la nostalgia definitiva, de la
distancia abisal que siempre os unió.
Planta un árbol en un acto de fe
que nadie premiará. Y déjalo que crezca en plenitud, sin deber nada a nadie -ni
siquiera a la mano de su plantador-, en la bella soledad de su inconsciencia.
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