martes, 19 de septiembre de 2017

EL CAÑO















El agua no venía a nuestras casas
si no la secuestrábamos.
Alrededor del caño
zumbaban las avispas en verano,
las babas del verdín tejían sus harapos,
y desplegaban sus frágiles corolas
las flores del frío en el invierno.
 El chorro
de mala gana entraba en el redil
umbrío de los cántaros.
Y seguía resistiendo, escurridizo,
cada vez que queríamos llevárnoslo a la boca.
Con el cántaro lleno regresábamos
a colmar la tinaja, las manos ateridas
en mañanas de enero, las sienes remojadas
bajo el hirviente soplo del verano.
Cumplida la misión nos dispersábamos
en juegos o en hastíos.
Tan solo éramos niños  que temblaban, muy vivos,
al soportar la carga de la sed de los otros.


(De El largo día del niño )





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