viernes, 29 de septiembre de 2017

LOS HUNOS Y LOS HOTROS



              "Los Hunos y los Hotros están siempre enfrentados y, a simple vista, diríase que se odian. Pero les une algo más fuerte que el odio, más fuerte que el amor: la necesidad. Se necesitan para sentirse vivos."

              "Siempre son malos tiempos para los que se niegan a jugar a cara o cruz, para los que ingenuamente esperan que la moneda lanzada al aire por mano airada caiga de canto."


                                                                                             (Afrodisio Cabal, filósofo rural)

martes, 26 de septiembre de 2017

CAMINANTES








Con hinchadas palabras afirman que la fe –cualquier Fe- y la Esperanza –cualquier forma de esperanza o de desesperación- son la fuerza que mueve al Viaje. Pero las consecuencias las sufrimos nosotros. Dicen que hay que llegar hasta el final del camino para contemplar el Pórtico de la Gloria y sentir, aunque sea por poco tiempo, la plenitud de ese instante de Felicidad procurado por la culminación de un propósito. 




Sin embargo, desde nuestra humilde posición, tan próxima a la tierra, todas las palabras se escriben con minúscula y la felicidad es algo mucho más simple que sucede cuando, después de una interminable jornada, el duro sendero desemboca en una playa como esta y notamos, libres por fin de la cárcel de las botas, la fresca y deliciosa blandura de la arena que alivia como un bálsamo  las plantas estragadas. No conocemos otra gloria. Lo que suceda por encima de nosotros no nos concierne.



                                               Firmado: Los pies del peregrino.






domingo, 24 de septiembre de 2017

ARCE


OTOÑO...



EN MINIATURA...





Y ENTRE REJAS...





Un árbol bonsái, una otoño bonsái, una vida bonsái. El esplendor otoñal del arce en los jardines o en el bosque confinado y reducido a la dimensión de una maceta. El capricho de una Salomé que exige su cruel regalo en una bandeja: la cabeza ensangrentada del otoño. Y un haiku -un poema bonsái- para completar el desafuero:

Jibarizado,
grita el sauce en el tiesto
su otoño mínimo.






viernes, 22 de septiembre de 2017

FE CIEGA




                     -¿Confiáis en mí?
               -Sí, mi sargento -respondieron a coro.
               -Saltad.
                Apenas hubo una mínima brisa de duda entre los paracaidistas. Solo el número tres parecía preocupado. Pero no se atrevió a protestar, no fueran a considerarlo un renegado.
               -Antes de que lleguéis abajo os daremos los paracaídas -les gritó, sobre el ruido de motor del avión, mientras iban saltando al vacío de uno en uno.

martes, 19 de septiembre de 2017

EL CAÑO















El agua no venía a nuestras casas
si no la secuestrábamos.
Alrededor del caño
zumbaban las avispas en verano,
las babas del verdín tejían sus harapos,
y desplegaban sus frágiles corolas
las flores del frío en el invierno.
 El chorro
de mala gana entraba en el redil
umbrío de los cántaros.
Y seguía resistiendo, escurridizo,
cada vez que queríamos llevárnoslo a la boca.
Con el cántaro lleno regresábamos
a colmar la tinaja, las manos ateridas
en mañanas de enero, las sienes remojadas
bajo el hirviente soplo del verano.
Cumplida la misión nos dispersábamos
en juegos o en hastíos.
Tan solo éramos niños  que temblaban, muy vivos,
al soportar la carga de la sed de los otros.


(De El largo día del niño )





sábado, 16 de septiembre de 2017

HURACÁN



                 Tenía lo que él consideraba el oficio más hermoso del mundo: nombrador. Trabajaba en una agencia de publicidad especializada en imagen corporativa y su cometido concreto era el de inventar y proponer a los clientes nombres para una nueva firma, para un nuevo producto, para una nueva idea. De esta forma había bautizado modelos de coches, empresas que comenzaban o que querían renovarse, campos de fútbol, helados, tiendas de ropa, perfumes, restaurantes, relojes, barcos y un largo etcétera. Cada encargo tenía su encanto y su clave, historias íntimas que solo a él concernían quedaban para siempre cifradas en una marca que se haría famosa. Solo dudó al ponerle el nombre a su hijo; de hecho fue Irma quien lo eligió.

                Con el tiempo se hizo ambicioso. Las fuerzas de seguridad lo consultaban para ponerle nombre a alguna operación policial: era delicioso el contraste entre el lirismo o la ironía de la denominación y la sordidez o el peligro de lo que la investigación revelaría. Si hubiera sido época de guerras se habría esmerado en encontrar expresiones grandiosas, wagnerianas, para las grandes batallas. El mayor logro de su carrera se materializó cuando el Servicio Meteorológico lo requirió para  ponerle nombre a los huracanes. Solo le pusieron dos condiciones: las iniciales de cada nombre debían seguir el orden alfabético y debían alternarse los nombres de mujer y los de hombre.

                Coincidió aquel encargo con la ruptura de su pareja. Irma, Irma la dulce como él la llamaba con reminiscencias cinematográficas, se volvió cada vez más amarga y una tarde de verano, justo cuando iban a irse de vacaciones, los dejó plantados.


                El huracán de septiembre se llamaría Irma, así lo había decidido. Y resultó ser el más destructor de los últimos años. Los idílicos paisajes del Caribe quedaron convertidos en escombreras. Justo como su corazón después del abandono. Fue su venganza.

miércoles, 13 de septiembre de 2017

TRES MÍNIMAS MÁXIMAS


           "Todos somos funambulistas todo el tiempo. Pero a muy poca gente se le ha concedido el don perverso de ver la delgada cuerda que pisan nuestros pies y el continuo abismo sobre el que caminamos."

          "Toda bandera tiene vocación de sudario."

           "Hoy no soy. Simplemente ocurro. (Un mal día lo tiene cualquiera.)"



              (Tres mínimas máximas atribuidas a Mateo Ortiz, lector apasionado de Schopenhauer y Cioran, a quien sus amigos denominaban "El hombre más triste de Europa Occidental".)


domingo, 10 de septiembre de 2017

BOLARDO

             







           Las palabras viven en el mundo, viven de él. Lo nombran, lo delimitan. Pero, simultáneamente, se dejan impregnar por el entorno. Hay palabras vagas, tímidas, estruendosas, rancias, cantarinas, remilgadas. Palabras que hibernan, que mueren, que resucitan, que se apagan. A veces duermen el sueño de los justos durante siglos y luego, de pronto, despiertan con una identidad insospechada, dispuestas a ser distintas, felices con la nueva oportunidad que se les brinda. A otras se les acaba el combustible, como a las estrellas, y se extinguen para siempre pero aún pueden brillar un instante en la memoria cuando leemos alguno de los viejos libros. Cada palabra tiene su propia biografía, tan llena como cualquier otra de sobresaltos, de tiempos muertos, de penumbras y fulgores.

         'Bolardo' no parece ser palabra muy antigua y su origen inglés queda disimulado por una adaptación fonética que nos resulta familiar. No le había llegado hasta ahora su día y su ámbito de significado era más bien anodino, con cierto regusto a ordenanza municipal, a página de  sucesos o de información local, a término de jerga náutica. Todo ha cambiado en las últimas semanas. Un trágico atentado la ha situado de pronto en el centro de la polémica, todos los reflectores de la opinión pública se concentran sobre ella.

         Lo cierto es que este obstáculo en forma de postecillo cuya finalidad es impedir el paso de vehículos por las calzadas y proteger de atropellos a los peatones, desde su humildad denotativa ha adquirido el valor de un emblema de nuestro tiempo, es el síntoma de una enfermedad social: el miedo. Ya no debe limitarse a impedir el paso, a defender al débil -el viandante o el ciclista- del fuerte -el vehículo-. Ahora le hemos encargado una tarea mucho más gravosa, a todas luces excesiva: salvaguardar nuestra civilización, nuestros valores, de los ataques de la irracionalidad. Un cometido titánico para tan simple adminículo. 

        Para mantener nuestras calles, nuestras avenidas, bulevares y ramblas libres del fanatismo, del odio y de la absurda crueldad de los iluminados por una fe desalmada necesitaremos algo más que bolardos.


jueves, 7 de septiembre de 2017

CATALUÑA



          El fotógrafo salió de casa con la intención de despejarse después de soportar un bombardeo de saturación informativa sobre la triste historia de un desencuentro, que se juzga definitivo, entre España y Cataluña. Quería evadirse, dejarse llevar por lo que le saliera al paso. Pero, como en el soneto de Quevedo, no halló cosa en qué poner los ojos que no le recordara la penosa situación.

           Esto fue lo primero que fotografió. Le pareció un aviso que debería estar escrito sobre el cielo de Sefarad, usando el bello nombre que tanto le gustaba a Salvador Espriu:








          Más tarde se cruzó en su camino esta imagen. Un banco destrozado del que habían arrancado los travesaños de madera, quién sabe si para liarse a garrotazos con ellos. Un sitio pensado para la charla, para el encuentro, para el descanso, para la meditación en el que ya nadie puede sentarse. Otra metáfora de un país que ahora se le antojaba imposible:









          El fotógrafo guardó su cámara, maldiciendo para sus adentros esa propensión tan suya de buscar analogías, de ligarlo todo. Pero hubo de sacarla de nuevo de la funda. Una planta de gordolobo milagrosamente crecida, milagrosamente florecida en una grieta del asfalto le convenció de que hasta en las circunstancias más desfavorables es posible que algo hermoso se revele:










             Volvió a casa con el corazón jugando al sí y al no.

lunes, 4 de septiembre de 2017

DECLARACIÓN DE AMOR




                        -Me pones a mil -dijo el zunzuncito.

                 -¡Menudo mérito!- respondió, ofendida, la mariposa- Eres un colibrí.


                 Y siguieron volando en líneas paralelas.

viernes, 1 de septiembre de 2017

QUITAMERIENDAS





          En nuestra infancia, la quitameriendas (nosotros lo decíamos en masculino), esa flor morada de los campos amarillos a finales de agosto, era señal de mal agüero porque anunciaba la vuelta a la rutina escolar. Su ingenua  y delicada apariencia de poco le servía. En cuanto descubríamos la primera de ellas, el peso de los futuros días de encierro y horarios estrictos nos abrumaba de golpe. Más que la merienda, nos quitaba la alegría, nos arrebataba la luz portentosa del verano. Años más tarde, en nuestros paseos adultos, siguió siendo un indicio infalible del retorno a las aulas.

          Ahora, ya libre de esas ataduras, los lazos morados de las quitameriendas son el modesto emblema de una nostalgia retrospectiva, la primera palabra del otoño.









Comenzaba septiembre y el campo adolecía

de una plácida abulia

de amarillos, de nubes de polvo alborotado.

Los pájaros dudaban en el vuelo,

se posaban en ramas decaídas,

llenaban sus maletas

con la luz declinante del verano.

En las navas más húmedas

el ricio se afirmaba

tenaz contra el rastrojo.

Y las quitameriendas

con sus lazos morados nos traían aviso

de otro otoño internados.

De lo agraz, de lo borde,

lo silvestre o bravío: la dulzura difícil.


(De El largo día del niño)