miércoles, 9 de agosto de 2017

NUEVE DE AGOSTO



            Nadiezda está tan hecha a la tristeza, al dolor, a la desesperación, que capta la mínima brizna de alegría en la atmósfera abatida de la ciudad.

                -¿Qué pasa hoy, abuela?

        -Que un gran músico ha compuesto una sinfonía para nosotros. Y hoy se estrena aquí. La podremos escuchar por la radio y por los altavoces que están instalando en las esquinas.

            Nadiezda no acaba de entender muy bien que eso sea motivo para que los ánimos levanten el vuelo, pero lo cierto es que la gente por la calle parece distinta. Han perdido ese aire de seres condenados que hace tan penoso caminar entre ellos. Se diría que hoy han comido bien, como antes, cuando no había que plantar coles en los parques ni cocinar el cuero de los muebles.

                 -¿La música se come? -ha preguntado la niña.

            No ha sido fácil organizarlo todo, acallar los constantes bombardeos enemigos con un contrabombardeo masivo, reunir a los músicos de la orquesta. Casi todos están movilizados, en el frente. O definitivamente inmóviles en cualquier andurrial. Han abandonado felices, si bien por poco tiempo, la aspereza  y el sonido rudo de los fusiles, las ametralladoras, los morteros y han recuperado el ya casi olvidado tacto, la dulzura de los arcos, las boquillas, la madera barnizada. Dan un poco de pena y mucha ternura con sus trajes de gala que les están grandes: tanto han adelgazado. A los pulmones del trompetista les falta aire. Tiemblan de más los dedos sobre  los diapasones de ébano. Pero la ilusión todo lo compensa. A la hora marcada el director da la señal y la música brota como un torrente en cada esquina de la ciudad. Como si por los miles de agujeros producidos por los bombardeos en todos los conductos se escapasen aquellos sonidos y las ratas escapasen de un pentagrama. Es muy posible que los sitiadores también puedan escucharla y tengan un momento -solo un momento- de benigna flaqueza en sus fieros propósitos de conquista. Los habitantes de la ciudad, por primera vez en meses, se olvidan del cerco, del hambre, de la muerte que hace su agosto.

            -¿Se come la música, abuela? -insiste la niña.

            -No, pero alimenta y ayuda a engañar el hambre, ya verás.



            Ese día, 9 de agosto de 1942, Hitler había profetizado que Leningrado sería tomada por sus tropas. Ese día Leningrado fue tomada por la música de la 7ª Sinfonía, Leningrado, de Shostakovich. Los nazis nunca llegaron a entrar en la ciudad.

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