Nadiezda está tan hecha a la
tristeza, al dolor, a la desesperación, que capta la mínima brizna de alegría en la atmósfera abatida de la ciudad.
-¿Qué pasa hoy, abuela?
-Que un gran músico ha compuesto una
sinfonía para nosotros. Y hoy se estrena aquí. La podremos escuchar por la
radio y por los altavoces que están instalando en las esquinas.
Nadiezda no acaba de entender muy
bien que eso sea motivo para que los ánimos levanten el vuelo, pero lo cierto
es que la gente por la calle parece distinta. Han perdido ese aire de seres
condenados que hace tan penoso caminar entre ellos. Se diría que hoy han comido
bien, como antes, cuando no había que plantar coles en los parques ni cocinar
el cuero de los muebles.
-¿La música se come? -ha preguntado
la niña.
No ha sido fácil organizarlo todo,
acallar los constantes bombardeos enemigos con un contrabombardeo masivo, reunir a los músicos de la orquesta. Casi todos están
movilizados, en el frente. O definitivamente inmóviles en cualquier andurrial. Han abandonado felices, si bien por poco tiempo, la
aspereza y el sonido rudo de los
fusiles, las ametralladoras, los morteros y han recuperado el ya casi olvidado
tacto, la dulzura de los arcos, las boquillas, la madera barnizada. Dan un poco
de pena y mucha ternura con sus trajes de gala que les están grandes: tanto han
adelgazado. A los pulmones del trompetista les falta aire. Tiemblan de más los
dedos sobre los diapasones de ébano.
Pero la ilusión todo lo compensa. A la hora marcada el director da la señal y
la música brota como un torrente en cada esquina de la ciudad. Como si por los
miles de agujeros producidos por los bombardeos en todos los conductos se
escapasen aquellos sonidos y las ratas escapasen de un pentagrama. Es muy
posible que los sitiadores también puedan escucharla y tengan un momento -solo
un momento- de benigna flaqueza en sus fieros propósitos de conquista. Los
habitantes de la ciudad, por primera vez en meses, se olvidan del cerco, del
hambre, de la muerte que hace su agosto.
-¿Se come la música, abuela? -insiste la
niña.
-No, pero alimenta y ayuda a engañar
el hambre, ya verás.
Ese día, 9 de agosto de 1942, Hitler
había profetizado que Leningrado sería tomada por sus tropas. Ese día
Leningrado fue tomada por la música de la 7ª Sinfonía, Leningrado, de Shostakovich. Los nazis nunca llegaron a entrar en
la ciudad.
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