Hay
que compartir, le decían en la guardería y en la escuela, quizá para contrarrestar su tendencia
infantil al egoísmo, a no dejar sus juguetes a ningún otro niño, a aferrar sus golosinas
para que nadie se las quitara. Hay que compartir, le repetían en casa.
"Para ser feliz, hay que compartir", cantaban a coro en la
catequesis.
Se le quedó grabado a fuego. Con la edad se volvió muy generosa.
Todo lo publicaba en las redes sociales. Con Facebook Live encontró lo que
buscaba: compartir su vida al completo, en vivo y en directo. "¿Cómo están todos? ¿A dónde
viajan?" fueron sus últimas palabras, sonriente, mirando a la pantalla de
su móvil sobre el salpicadero como si mirara a los ojos a cada uno de sus
múltiples seguidores, orgullosa de su esplendidez, antes de que el coche que
conducía impactara brutalmente contra un autobús.
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