Nunca
regresaba Rilke de un paseo por las montañas sin traer una palabra nueva (cito
por aproximación). De la misma manera mi excursión diaria por las páginas del
periódico (algunas tan abruptas y arriesgadas como las crestas alpinas) me
regala siempre algún término que tomo en mis manos, lo sopeso, analizo su
tacto, su color, me dejo llevar adonde quiera llevarme.
'Matapobres',
esta es la palabra que el otro día me hizo señas, agitó ante mí sus antenas de
insecto sin taxonomía. No me resultaba extraña pero no creía haberla visto
escrita nunca antes. A primera vista, yo diría que es una palabra verosímil,
probable, creada mediante el recurso compositivo, tan frecuente y familiar en
nuestra lengua, de aglutinar un verbo y su complemento directo. La busqué en el
diccionario: no figuraba. Se trata, pues, de un neologismo de incierto futuro
pero que dispone, de entrada, de una amplia familia a la que acogerse. Son
muchos los compuestos en los que su
primer elemento es 'mata' (dejo para otros si de ello puede derivarse algún
juicio de valor sobre nuestra idiosincrasia, nuestra tradicional falta de
corrección y nuestra tendencia a la truculencia). Hermana de 'matamoscas',
'matarratas', 'matasuegras' o 'matacandelas' (que los monaguillos de mi pueblo
llamábamos 'apagavelas') la recién llegada 'matapobres' (el corrector
ortográfico de mi programa de texto -tan correcto él- no cesa de subrayármela
en roja línea serrada, invitándome a que la borre, a que no la adopte, pero no pienso hacerle caso) viene con un pan
duro y muy triste bajo el brazo.
Se
refiere una droga barata y mucho más dañina que la heroína y que está
devastando los suburbios de Atenas, tan castigados por la miseria y la falta de
futuro que la crisis ha traído consigo. Exterminar a los pobres para que no
haya pobreza, criminal objetivo de la nuevas eugenesia social. Similar a
aquella otra genial idea atribuida a G. Bush II: cortar todos los árboles para
que no haya incendios forestales.
De las
plazas y calles de Atenas, en una etapa más de su siniestro recorrido, la droga
'matapobres' ha llegado al último territorio de la desesperación: los campos de
refugiados. Son ya varios los casos de muertes provocadas en esos poblados
fantasmales por esta metaanfetamina cristalizada y cortada con otras sustancias
tóxicas. Sus habitantes buscan la muerte rápida que se esconde en sus pasajeros
efectos de euforia alucinada. La prefieren a ese terrible demonio del que nos
hablaba Baudelaire: L'ennui. El Tedio, el Hastío, diríamos nosotros, que hace
inhabitable el mundo e indeseable la
vida. Encerrados en campos de detención masificados, sin posibilidad de salir,
de proseguir su viaje, de trabajar, amenazados por los rigores del hambre, el
frío y la enfermedad, los hemos convertido en personas amputadas, hemos
desarraigado en ellos el árbol de la esperanza, hemos borrado de sus sueños
todos los caminos. Hemos logrado, por fin, que se sientan suspendidos en la
nada, anclados a un no lugar, transformados -ellos, que tanta ilusión, tanto dinero y tantas
penalidades gastaron para huir- en personas condenadas a la inutilidad.
'Matapobres',
esa droga que entre todos hemos fabricado, y en cuya composición química hemos
utilizado muchos gramos de desprecio, de indiferencia, de engaño, de torpeza,
del egoísmo de peor calidad.
'Matapobres',
esa palabra que no cesa de acusarnos, de definirnos.
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